martes, 6 de abril de 2010

Lección de brocha gorda

Por Mario González León

Poco antes de la media noche, por Avenida Colón se pudo ver a una persona que salía del clúster 24 corriendo como si de ello dependiera su vida. A una cuadra dio alcance a tres jóvenes, sujetó a dos ellos de la playera pero sólo logró retener a uno, como si estuviéramos presenciado una carrera de relevos, los dos libres escaparon tan rápido como pudieron. Una vecina marcó a seguridad pública para solicitar apoyo informando que habían logrado retener a uno y que pasaran para llevárselo.

Sujetado por la playera, no hizo el menor esfuerzo de zafarse, un chico de escasos trece años, playera café y pantalón de mezclilla logró decir “Yo no estaba grafiteando, sólo los estaba acompañando, pero está bien, reconozco que la regué”.

Sin violencia, el perseguidor le indicaba que tenía que reparar el daño. A paso lento se encaminaron al kiosco, que fue el lugar donde pusieron su “firma”. Otro vecino del clúster los alcanzó con bote de pintura y brocha en mano para que el jpoven se pusiera a pintar. Pocos segundos bastaron para que 8 jóvenes, de entre 16 y 20 años que habitan en los alrededores, se acercaran a reprender al menor “No hagas eso bato, aquí estamos cuidando todo el tiempo”, “Como pa’ qué pues? Si al menos hicieran dibujos chidos, pero puras rayas wey, no manchen”, palabras que invitaban a la reflexión y que sonaban más a reprimenda de un padre, que a insultos juveniles.

Estaban en la terapia cuando uno de ellos grita “Ahí están los otros dos”. En efecto, estaban parados en el ingreso al clúster. Todos los que custodiaban al retenido salieron corriendo, excepto uno que se apoyaba en dos muletas quien dijo “No manchen, yo no puedo cuidarlo, se me va a pelar”, sorprendido escuchó “No me voy, ya entendí que la regué y no corro, les voy a dejar bien chido aquí” y continuaba pintando.

Más sorprendidos estaban los que corrieron, al ver que los dos grafiteros levantaban las manos en señal de rendición y caminaban hacia ellos. “Venimos a ayudar, no lo vamos a dejar solo”. Consiguieron otras dos brochas y le dieron tantas pasadas de pintura como fuera necesario para no dejar evidencia de lo que habían hecho.

Regresaron la pintura y las brochas. “Gracias, ay disculpen, buenas noches”, fue lo último que se les oyó decir. Caminaban lento por Avenida Colón rumbo a Soriana, algo decían entre ellos.
Ahora, el clúster 24 puede seguir luciendo su pintura blanca, los jóvenes recordarán lo sucedido y difícilmente intentarán volver a “firmar” -al menos ahí-; y la policía aún no se aparece por el lugar.

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