Son las seis de la tarde, cuando las calles de la cabecera de Tlajomulco comienzan a ser invadidas por cientos de feligreses que con velas y flores se disponen a celebrar a la Purísima Concepción, en la fiesta más importante de esta localidad.
Desde la calle Hidalgo, una banda de guerra integrada en su mayoría por niñas, dos grupos de danzantes prehispánicos, un par de guardias que se encargan de escoltar la imagen de la Virgen, una banda musical y decenas de personas que les acompañan, inician con la peregrinación que recorren las calles del primer cuadro de la cabecera.
Por Víctor Hugo Ornelas
Los negocios comerciales como rosticerías, farmacias, purificadoras y tiendas, entre otros, que llevan por nombre “La Purísima”, son una muestra de la fe que han depositado los Tlajomulcas en la ya mencionada imagen que venera en el Templo del Hospital, una edificación de estilo barroco construido en 1563.
La peregrinación concluye precisamente en esta capilla, la cual ha sido resguardada y administrada por una hermandad de seis familias que se denomina La Cofradía y que cada 8 de diciembre traslada el cargo honorífico a quienes se encargarán de cumplir con sus labores durante 365 días.
Tatita, Mayor, Topilli, Mantopilli, Sipil y Chiquito, son los nombres náhuatl que reciben los integrantes de esta cofradía, mismos que son elegidos el primer viernes de cuaresma y presentados a la comunidad el viernes de dolores.
Más de 500 personas se reúnen en el atrio para escuchar misa en este templo que ha sufrido drásticos giros a lo largo de su historia, incluso en una época tuvieron que soportar la ex comunión, ahora, se conoce como el único templo de culto católico que no es regido por el clero, sino por laicos.
Mientras tanto, a escasos metros de ahí, en la plaza principal y bajo la misma celebración, se lleva a cabo lo que parece ser otra fiesta, la cual conglomera a muchas más personas que se distribuyen entre los juegos mecánicos, los puestos de tacos, postres y juegos de destreza, sin embargo, lo que más se vende en ese momento es el alcohol.
Tequila, vodka, cocteles y cerveza se consumen sin límite por jóvenes y adultos y los comerciantes venden sin constatar la mayoría de edad de sus clientes y no hay nadie que los supervise.
La gente sigue llegando a la plaza en sus mejores atuendos, las mujeres parecen esmerarse por lucir el mejor peinado y maquillaje mientras que los varones presumen sus cinturones, sombreros y botas.
Dan las nueve de la noche y la banda comienza a tocar, la plaza se convierte en la pista de baile más grande en todo el pueblo, al mismo tiempo, en el atrio del Templo del Hospital, los fieles se tienden sobre el piso para que la imagen de La Purísima -que es trasladada por sus guardianes- pasa sobre sus cabezas y de esta forma los bendiga y proteja todo el año.
La Virgen da tres vueltas en el atrio antes de descansar y ser colocada en su recinto ante la mirada de los feligreses, quienes una vez que presenciaron la ceremonia religiosa se regocijan con la pirotecnia que se ha preparado para el evento.
Son ya cerca de las once de la noche, en Las Vegas, Pacquiao y Márquez están por subir al ring y protagonizar una batalla que verán millones de espectadores, pero eso, a los tlajomulcas que se reúnen en la plaza no les importa, pues ellos cuentan con su propia función.
Un ¿qué me ves baboso? Fue suficiente para iniciar el pleito, intercambio de golpes entre un par de tipos mientras se dispara una lluvia de botellas que al caer, golpean al azar jóvenes, adolecentes y señoras.
“Diez puntos para Juan Manuel Márquez, nueve para Manny Pacquiao”, gritaba Eduardo Lamazón en televisión, al mismo tiempo, en la plaza, hacían una pausa para seguir bailando, continuar consumiendo alcohol y agarrar fuerza, que las riñas apenas estaban comenzando, todo esto ante la mirada atestiguante de un Bob Esponja de más de seis metros de alto que posado en el brincolín al que todos los niños se querían subir.
Seis elementos de la policía arriban a la plaza para cumplir con el requisito de la presencia de las autoridades, pues no pudieron hacer más que ser testigos del comportamiento de las más de cuatro mil personas que se encontraban en el lugar, quizá por eso sus labores se enfocaron gran parte de la noche a resguardar los baños públicos que habilitó el ahora síndico municipal en una de sus propiedades, servicio que cabe mencionar, tenía un costo de cinco pesos.
Ya en las primeras horas del día nueve, en el Templo del Hospital inicia el cambio de Cofradía, las seis familias salientes entregan el honorífico cargo a los entrantes que pasarán su primera noche en las viviendas aledañas al Templo, el cual cuidarán y administrarán durante el próximo año.
En la plaza el ritual es distinto, la explanada tiene algunos rastros de sangre y un grupo de mujeres protagonizan un pelea de araños, empujones y jalones de cabello ante la mirada de los curiosos, en ese momento, para el alivio de muchos, la fiesta está por terminar, la música de banda solo es opacada por los cuetes que retumban en el cielo tlajomulca y no dejan conciliar el sueño de quienes prefieren quedarse en casa, poco a poco se retiran los asistentes, los puestos de bebidas alcohólicas son los últimos en cerrar y la calle Zaragoza se convierte en un mingitorio público que por la mañana es aseado por algunos vecinos molestos y con cara de asco.
Esas son las noches del 8 de diciembre en Tlajomulco, su cabecera es escenario en el que se venera y a escasos metros se violenta, todo en el marco de una fiesta que exhibe los contrastes de una población que presume cumplir 502 años de su fundación.
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