Más de un mes pintando el tope y no encuentra empleo |
“Voltéate para allá, que no se vea la
niña”, fueron las palabras de Francisco cuando tomaba fotografías al puente
peatonal que nunca será utilizado, justo frente al ITTJ ubicado en carretera a
San Miguel Cuyutlán. Me llamó la atención y me acerqué a platicar con él.
Cuando vio que me encaminaba hacia
ellos, trataba de cubrir su rostro con su cachucha y se empeñaba en pintar un
tope con la brocha casi seca, su nerviosismo era evidente; en cuclillas junto a
él, traté de entablar una conversación que era complicada, porque evitaba
hablar de más y constantemente volteaba hacia donde estaba María con la niña
abrazada a su pecho.
Por Mario G. León
Ya con más confianza, me confió que
vienen desde San Sebastián, tierra donde abundan los topes –además de los
baches-, pero allá el tráfico es mucho y cuando lo intentaron, los conductores
no son tan pacientes como los que transitan por el Circuito Sur, “Allá sí nos
echan el carro encima”.
No le incomodan los gritos de la
gente, acostumbrado ya a que le exijan que se ponga a trabajar, su respuesta es
siempre la misma, “Pues deme trabajo”. En más de un mes que tiene pintando el
tope, ya son dos quienes sí le ofrecieron trabajo, pero le solicitan papeles
que lo identifiquen, “No tengo ningún papel, nomás tenía uno de la escuela,
pero en la cambiada no sé dónde quedó y le sigo aquí pidiendo ¿Usted cree que
no prefiera yo un trabajo? Claro que sí, pero no hay”.
Sin papeles y sin dinero para ir a
Atizapán -de donde es originario- para obtenerlos, el panorama no luce muy
alentador. Su mujer, María, con apenas 18 años de edad, carga a su hija todos
los días. Le pusieron por nombre Daneidi a la pequeña, que lucía contenta; no
dejaba de mirarme, tal vez intrigada por lo poco común que alguien platique con
sus padres.
María dijo que toma todas las
precauciones que le son posibles para evitar poner en riesgo la salud de la
niña, “Siempre la traigo bien arropada y me traigo el paraguas por si llueve,
lo bueno que no es nada latosa”.
Hasta el día que tuve la oportunidad
de platicar con ellos, ningún automovilista ha puesto en riesgo su vida, “A lo
más que han llegado es portarse medio groseros, pero ya sé que a eso nos
exponemos”, dijo María.
A veces, los únicos que les han pedido
que se quiten son los agentes de vialidad. Cuando estaba platicando con ellos,
se aproximaba una patrulla y Francisco comentó “Ahí viene una, a ver si no me
quita”. A su paso, el patrullero sólo nos miró y continuó su camino, poco antes
de despedirme de ellos pasó otro y este ni siquiera volteó a verlos.
La pregunta era inevitable ¿Y si los
quitan qué hacen? Despreocupado simplemente me contestó Francisco, “Recogemos
nuestras cosas y nos esperamos un ratito para volvernos a poner, no tenemos
otra cosa qué hacer”.
Le pregunté a uno de los
automovilistas que pasaba, su opinión, sobre estos jóvenes padres y lo que
hacen, “Están demasiado jóvenes como para que no trabajen, además me parece
inhumano que expongan a esa criaturita a las inclemencias del tiempo, unos días
en el solazo y a veces con frío, debería recogérselas el DIF, alguien debería
evitar esto”. Continuó su camino molesto, sin darle nada a María, que no dejaba
de agitar la gorra mientras Francisco seguía afanado tratando de pintar de
blanco el tope, con una brocha y unas gotas de pintura.
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