miércoles, 29 de febrero de 2012

Pintan topes permanentemente


Más de un mes pintando el tope y no encuentra empleo


“Voltéate para allá, que no se vea la niña”, fueron las palabras de Francisco cuando tomaba fotografías al puente peatonal que nunca será utilizado, justo frente al ITTJ ubicado en carretera a San Miguel Cuyutlán. Me llamó la atención y me acerqué a platicar con él.

Cuando vio que me encaminaba hacia ellos, trataba de cubrir su rostro con su cachucha y se empeñaba en pintar un tope con la brocha casi seca, su nerviosismo era evidente; en cuclillas junto a él, traté de entablar una conversación que era complicada, porque evitaba hablar de más y constantemente volteaba hacia donde estaba María con la niña abrazada a su pecho.

Por Mario G. León

Poco a poco empezó a platicarme como les gritan los automovilistas a su paso, “Ponte a trabajar huevón”, confesó que son pocas las personas que les dan algo de dinero, aunque la mayoría de las veces sí sacan para comer, sin embargo agregó, “Hay días que no sacamos ni siquiera para regresarnos”.

Ya con más confianza, me confió que vienen desde San Sebastián, tierra donde abundan los topes –además de los baches-, pero allá el tráfico es mucho y cuando lo intentaron, los conductores no son tan pacientes como los que transitan por el Circuito Sur, “Allá sí nos echan el carro encima”.

No le incomodan los gritos de la gente, acostumbrado ya a que le exijan que se ponga a trabajar, su respuesta es siempre la misma, “Pues deme trabajo”. En más de un mes que tiene pintando el tope, ya son dos quienes sí le ofrecieron trabajo, pero le solicitan papeles que lo identifiquen, “No tengo ningún papel, nomás tenía uno de la escuela, pero en la cambiada no sé dónde quedó y le sigo aquí pidiendo ¿Usted cree que no prefiera yo un trabajo? Claro que sí, pero no hay”.

Sin papeles y sin dinero para ir a Atizapán -de donde es originario- para obtenerlos, el panorama no luce muy alentador. Su mujer, María, con apenas 18 años de edad, carga a su hija todos los días. Le pusieron por nombre Daneidi a la pequeña, que lucía contenta; no dejaba de mirarme, tal vez intrigada por lo poco común que alguien platique con sus padres.


María dijo que toma todas las precauciones que le son posibles para evitar poner en riesgo la salud de la niña, “Siempre la traigo bien arropada y me traigo el paraguas por si llueve, lo bueno que no es nada latosa”.

Hasta el día que tuve la oportunidad de platicar con ellos, ningún automovilista ha puesto en riesgo su vida, “A lo más que han llegado es portarse medio groseros, pero ya sé que a eso nos exponemos”, dijo María.

A veces, los únicos que les han pedido que se quiten son los agentes de vialidad. Cuando estaba platicando con ellos, se aproximaba una patrulla y Francisco comentó “Ahí viene una, a ver si no me quita”. A su paso, el patrullero sólo nos miró y continuó su camino, poco antes de despedirme de ellos pasó otro y este ni siquiera volteó a verlos.

La pregunta era inevitable ¿Y si los quitan qué hacen? Despreocupado simplemente me contestó Francisco, “Recogemos nuestras cosas y nos esperamos un ratito para volvernos a poner, no tenemos otra cosa qué hacer”.

Le pregunté a uno de los automovilistas que pasaba, su opinión, sobre estos jóvenes padres y lo que hacen, “Están demasiado jóvenes como para que no trabajen, además me parece inhumano que expongan a esa criaturita a las inclemencias del tiempo, unos días en el solazo y a veces con frío, debería recogérselas el DIF, alguien debería evitar esto”. Continuó su camino molesto, sin darle nada a María, que no dejaba de agitar la gorra mientras Francisco seguía afanado tratando de pintar de blanco el tope, con una brocha y unas gotas de pintura.

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